Los españoles que impulsaron la medicina en 3D en el siglo XVIII
La exposición 'Arte y Carne' reúne en Madrid una de las mejores colecciones de reproducciones anatómicas del mundo
Podría ser una novela de Arturo Pérez-Reverte pero es aún mejor, porque pasó de verdad. A mediados del siglo XVIII España necesitaba cirujanos, expertos en anatomía capaces de operar rápido y bien en las condiciones más precarias, en especial las de los barcos de guerra repletos de hombres heridos y amputados. Había que dejar atrás la figura del barbero matarife y entrar de lleno en la modernidad de los colegios especializados que comenzaban a florecer en los países más avanzados de Europa. En 1774, pensionado por Carlos III, un hijo de campesinos pudientes de Cataluña que había estudiado cirugía en Cádiz salió hacia Francia para visitar allí los mejores hospitales y aprender de los pioneros de la nueva anatomía y cirugía que avanzaba al calor de la Ilustración. Se llamaba Antonio Gimbernat y se convirtió en uno de los padres de la cirugía moderna en España. Tras pasar años en hospitales de París, Londres, Edimburgo y Ámsterdam aprendiendo nuevas técnicas de operación y enseñando las suyas propias, Gimbernat regresó con una idea clara: las imágenes del cuerpo humano que había estudiado hasta la saciedad en los libros no preparaban bien para afrontar la complejidad de una operación. Había que ver el cuerpo humano en tres dimensiones, con un nivel de detalle comparable a la versión real.
Fue esencial, pues hasta entonces sólo se conocía la visión bidimensional, en las páginas de los libros
Tras su regreso a España, en 1787 Gimbernat impulsó el Colegio de Cirugía de San Carlos de Madrid (germen de la actual Facultad de Medicina de la Universidad Complutense (UCM) y puso en marcha un proyecto para recrear en cera el cuerpo humano en todo su detalle. “Fue un proyecto de años, en el que trabajaban médicos, cirujanos, artistas y artesanos, una gran iniciativa científica que fue esencial, pues hasta entonces sólo se conocía la visión bidimensional, en las páginas de los libros”, explica el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga. El codirector de Atapuerca es el comisario de la exposición Arte y Carne, que ha reunido 40 de aquellas figuras de cera hechas en el siglo XVIII (como se ve en esta fotogalería) y de las que han aprendido anatomía médicos y cirujanos de tres siglos.
“Estas figuras sustituían al cadáver”, explica Fermín Viejo, director del Museo de Anatomía Javier Puerta de la UCM, de donde provienen las esculturas expuestas. “En aquellos tiempos no había formaldehído para conservar los cuerpos con lo que en cualquier sala de disección olía a muerte. Lo que quisieron hacer estos pioneros fue precisamente romper con esa visión macabra de la medicina”, resalta.
La muestra agrupa las esculturas en torno a cuatro cuestiones fundamentales para entender a los humanos: el cerebro, el parto, el lenguaje y la postura erguida. Y en cada uno de ellos las figuras muestran cada órgano con tanto nivel de detalle como el ojo es capaz de captar, usando ceras, grasas animales e hilos de seda con cuentas para reproducir las venas, los capilares o el intrincado sistema linfático con las longitudes exactas que decía el anatomista”, resalta Alicia Sánchez, profesora de Bellas Artes en la UCM y restauradora de las esculturas. Es un ejemplo único del arte al servicio de la ciencia. El nivel de detalle es tal que sorprende que sean tan antiguas, de un tiempo en el que la anatomía seguía fundamentada en el creacionismo, resalta Arsuaga.
Entre todas las esculturas de la muestra, abierta hasta el 31 de diciembre, destacan las dedicadas a la obstetricia, mostrando diferentes complicaciones del desarrollo embrionario y el parto que se hicieron expresamente para formar a las matronas y los médicos de la época. La joya de la colección es “La parturienta”, una figura casi a tamaño real de una mujer recostada cuyo vientre abierto muestra un feto pocos días antes de nacer. La leyenda dice que a esta joven la atropelló un coche de caballos a las puertas de colegio de cirujanos de Madrid. El disector Ignacio Lacaba trabajó codo con codo con el artista Juan Cháez para reproducir en cera su cadáver con el máximo nivel de detalle. Los artistas trabajaban con cadáveres, en ocasiones hasta 200 para una sola figura, según los responsables de la exposición.
“Algunas de estas figuras en [la casa de subastas] Sotheby's valdrían más que un Greco”, asegura Arsuaga. “Las universidades de Harvard o Stanford matarían por tener algo así”. Sólo Italia tiene una colección equiparable, el el museo florentino de La Specola. Pero para el comisario de la muestra lo más importante no son las figuras, sino las historias humanas que hay detrás. En la exposición se rinde homenaje a gente como Martín Martínez, un adelantado incluso a la Ilustración que hacía disecciones abiertas al público general con la voluntad de explicar anatomía a todo el que quisiera entenderla. También resalta la figura de Pedro Castelló, médico militar y cirujano de la familia real. Tras la Guerra de Independencia Fernando VIII lo depuró y le retiró todos sus cargos por razones políticas. Pero el Borbón tuvo que restituirle para que aliviase el ataque degota que padecía y que otros médicos no habían conseguido curar. La condición de Castelló fue que se reaceptara a todos sus compañeros de profesión represaliados por sus ideas ilustradas.
El gran perdedor de esta historia fue Gimbernat. Durante años fue el cirujano más influyente del país, presidente de todos los colegios de esta disciplina y médico de la familia real. Durante la Guerra de Independencia colaboró con los franceses, por lo que después cayó en desgracia y fue condenado al ostracismo. Murió pobre, ciego y enfermo mental en 1816. Su legado como cirujano y anatomista está dentro de todos y cada uno de nosotros, pues él descubrió y dio nombre al ligamento de Gimbernat, en la ingle. Este año se celebra el segundo centenario de su muerte.
fuente:http://elpais.com/elpais/2016/05/27/ciencia/1464370391_071849.html
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